En el
capítulo anterior examinamos los problemas éticos suscitados por la
investigación encubierta. La opción entre investigación abierta e investigación
encubierta es solamente uno entre los muchos y difíciles problemas éticos que
plantea la investigación de campo. Como método de investigación que nos
involucra en la vida cotidiana de la gente, la observación participante revela
lo mejor y lo peor de los otros y con mucha frecuencia nos enfrenta con situaciones
problemáticas ética y moralmente irresolubles.
Los
estudios de campo publicados están llenos de informes de investigadores que
tuvieron que ser testigos de una amplia gama de actos ilegales y, lo que es más
importante, inmorales. Así Van Maanen (1982, 1983) observó directamente la
brutalidad policial. Johnson (1975) presenció numerosos actos ilegales
cometidos por asistentes sociales en su estudio sobre los organismos de asistencia
social. Laud Humphreys (1975), cuya excelente investigación es sinónimo de controversia
ética para muchos comentadores, fue acusado de ser "cómplice" de más
de 200 actos de fellatio.4
En el
estudio institucional, Taylor observó regularmente golpes, brutalidad y abuso
del personal de atención en perjuicio de los residentes. Complicando la
situación, uno de los focos principales de la investigación era el modo en que
el personal definía y explicaba el abuso.
La
bibliografía sobre la ética de la investigación generalmente sostiene una posición
no intervencionista en el trabajo de campo. La mayor parte de los
investigadores deben ser leales a sus informantes o a la consecución de las
metas de la investigación. Hay que evitar cualquier compromiso que interfiera
la investigación o viole el pacto con los informantes. Conocemos a un observador
que, mientras estudiaba una pandilla juvenil, presenció la golpiza brutal de
una jovencita por parte de un miembro de dicha pandilla. Ese observador admitió
que le había sido difícil conciliar el sueño esa noche, pero adujo: "¿Qué
podía hacer? Yo era sólo un observador. No me correspondía intervenir”.
Después de
haber observado conducta ilegal, Humphreys, Johnson y Van Maanen sostienen que preferirían
ir, presos antes que violar la confidencialidad de los informantes (aunque tal
vez la lectura de estudios cualitativos sobre la vida en la cárcel haría que lo
pensaran dos veces). Van Maanen llega al punto de negarse a entregar materiales
requeridos en un caso judicial sobre un incidente de brutalidad policial que él
había presenciado, basándose en una confidencialidad de la investigación que
carece de fundamento legal.5
Pero el
hecho de que uno esté llevando a cabo una investigación no basta para
absolverlo de toda responsabilidad moral y ética por las propias acciones o
inacciones. Actuar o no actuar es optar ética y políticamente. Es decir
que las metas de la investigación y el apego a los informantes preponderan
sobre otras consideraciones.
EI
investigador de campo enfrenta también la posibilidad de que en su presencia se
aliente a personas a comprometerse en actividades inmorales o ilegales. Van
Maanen tenía fuertes sospechas de que los oficiales de la policía alardeaban
delante de él cuando golpeaban a un detenido. En el estudio institucional, el
personal de atención con frecuencia molestaba a los residentes o los forzaba a
realizar ciertas cosas, como tragar cigarrillos encendidos, para divertirse a
sí mismos y divertir al observador. Incluso aunque los observadores no
provoquen ciertas conductas, se puede sostener con muy buenos fundamentos que
no hacer nada, permanecer pasivo,
significa condonar la conducta de que se trata y por lo tanto perpetuarla.
Los
observadores participantes no difieren de los periodistas, cuya presencia,
deliberada o involuntariamente, cree nuevos acontecimientos. Un incidente
reciente que involucró a dos camarógrafos provocó un alboroto en loe círculos
televisivos. Los operadores filmaron pasivamente a un hombre que se cubría con
un líquido inflamable y luego se prendía fuego, aunque ellos podían haberlo
detenido fácilmente. De hecho, era manifiesto que el individuo puso en escena
el episodio para que lo filmaran. En una entrevista televisiva que se
transmitió poco después, uno de los camarógrafos intentó la difícil explicación
del papel que él y su colega habían desempeñado en el incidente: "Informar
sobre lo que ocurre es mi trabajo". Desde luego, ésta es la misma
explicación razonada que utilizan los trabajadores de campo para justificar la
no intervención. La consecución de una "buena historia", como la
consecución de un “buen estudio", excusa acciones que de otro modo serían
amorales o inmorales.
Así que
volvemos a la pregunta: ¿qué hacemos cuando observamos a personas que se comprometen
en actos inmorales? ¿Qué hacemos cuando nuestros informantes, las personas de las
cuales dependemos para obtener conocimientos y con las cuales se ha trabajado
duro para obtener rapport, hacen daño a otra gente? Para estas preguntas
no hay ninguna respuesta simple ni correcta. El estudio institucional ilustra
el caso perfectamente bien.
En este
estudio, el observador podría haber intervenido directamente cuando el personal
de atención maltrataba a los residentes o informado a los supervisores. El que
hubiera optado por no hacerlo no refleja ningún compromiso de mantener el pacto
de la investigación o proteger a los informantes. Como en la mayoría de los
trabajos de campo, el pacto se acordó con los porteros institucionales, los
administradores. Aunque el observador sugirió al personal de atención que se le
podía tener confianza para proporcionarle información, no dio ninguna garantía
formal en ese sentido. Además, aunque el material escrito sobre investigación
presenta los intereses de los informantes como si fueran unitarios, las
personas del escenario, quizás en la mayoría de los escenarios, tienen
intereses contrapuestos. Así, los administradores, el personal de atención y
los internados tenían intereses diferentes. Si bien se podría asumir la
posición de que un observador no tiene derecho a perjudicar al personal
violando la confidencialidad, también podría aducirse que ese manto de secreto
se oponía a los intereses de los internados. La decisión de no hacer nada en el
escenario en su momento reflejaba más bien la propia incertidumbre del investigador
respecto de cómo manejar la situación y su estimación del efecto de la
intervención. No habría hecho mucho bien.
A medida
que el observador pasaba tiempo en el escenario, aprendió que el personal
empleaba cierto número de estrategias de evasión para ocultar sus actividades a
supervisores y extraños. Por ejemplo, colocaban cerca de la puerta a un
residente (denominado "perro guardián") para que avisara si llegaban
visitantes, y por otra parte se cuidaban de no dejar marcas cuando golpeaban o ataban
a los internados. Si el observador hubiera intentado intervenir en sus actos o
incluso expresado desaprobación, simplemente lo habrían tratado como a un
extraño, suprimiendo oportunidades para la verdadera comprensión del escenario.
Un hecho
que se produjo hacia el final de la investigación también ilustra la futilidad
de informar sobre dos abusos del personal a los administradores o a otras
personas. Como consecuencia de la queja de un progenitor, la policía ubicó un
agente encubierto en la institución, como empleado de atención, para descubrir
el abuso. El resultado fue el arresto de 24 empleados, acusados de maltrato.
Los 24 empleados fueron suspendidos, en medio de proclamas del director de la institución
en cuanto a que "en todo cajón de manzanas aparecen unas cuantas
podridas". Pero ninguno de esos miembros del personal había sido incluido
en el estudio, mientras que todo el personal fue sí había sido incluido abusaba
rutinariamente de los residentes y no fue molestado.
Finalmente,
los 24 empleados fueron declarados inocentes y reinstalados en sus cargos,
sobre la
base de que
"las pruebas eran insuficientes". Cualquier intento del observador
tendiente a denunciar, al personal hubiera tenido el mismo destino.
Nada de
esto debe tomarse como una justificación de que se vuelva la espalda ante el
sufrimiento de seres humanos. Por el contrario, creemos que los investigadores
tienen la firme obligación moral de actuar basándose en lo que observan,
incluso cuando, las opciones en una situación específica estén severamente
limitadas. Durante el curso del estudio institucional, el investigador llegó a
ver el abuso y la deshumanización como hechos enraizados en la naturaleza de
las instituciones totales (Goffman, 1961; Taylor, 1977). El maltrato por parte
del personal de atención era desenfrenado en la institución. Sin embargo, los
empleados no eran en otros sentidos individuos brutales o sádicos. No eran
tanto "malas personas” como "buenas personas” en un "mal lugar"
(por lo menos, tan buenas como la mayor parte de nosotros). En un sentido real,
también
habían sido
deshumanizados por la institución. Además, aunque podríamos condenar a ese personal
por abuso físico ostensible, los profesionales de la institución sancionaban y
prescribían medidas de control tales como drogar a los internados para que
olvidaran o hacerles colocar camisas de
fuerza, que eran igualmente abusivas y deshumanizadoras. Los empleados eran con
frecuencia las víctimas propiciatorias de un sistema abusivo. De poco hubiera
servido victimatizarlos más todavía.
Lo que
aprendemos a través de la investigación y lo que hacemos con nuestros
descubrimientos puede por lo menos absolvernos en parte de la responsabilidad
moral de haber presenciado actos perjudiciales para personas. Es dudoso que la
sola publicación de los descubrimientos en periódicos profesionales pueda
justificar la participación en acciones inmorales. Pero podemos usar lo que
hemos hallado para tratar de cambiar las circunstancias que conducen al abuso.
Existe una
larga tradición de investigadores cualitativos comprometidos en la acción
social como resultado de sus estudios. Becker fue un líder temprano en la
Organización Nacional para la Reforma de las Leyes sobre la Marihuana (en los
Estados Unidos); Goffman fue uno de los fundadores del Comité para Poner Fin a
la Institucionalización Involuntaria; Humphreys ha sido activo en el movimiento
por los derechos de los homosexuales. Antes de dos años, de haber
completado
su estudio inicial, Taylor condujo a una media docena de periodistas de medios gráficos
y televisivos a través de la institución en una denuncia ampliamente
publicitada. Después ha participado en exposiciones en muchos otros estados de
la Unión y ha testificado como experto en juicios de desinstitucionalización,
basándose en su conocimiento de las condiciones y el abuso institucional.
No todos
los investigadores se encontrarán en las difíciles situaciones morales y éticas
que describimos en esta sección. Pero sospechamos que estas situaciones son más
comunes de lo que surgiría de los informes. Antes de quedar demasiado
comprometido en un estudio, demasiado estrechamente ligado a los informantes,
antes de simpatizar demasiado con las perspectivas de estos últimos, es sensato
saber dónde habrán de trazarse los límites.
Tal como lo
señala Van Maanen (1983), no hay posiciones cómodas que el observador pueda adoptar
en las situaciones de campo. Es claro que hay casos en que los observadores
pueden y deben intervenir en defensa de otras personas. No obstante, quienes no
pueden soportar una cierta ambigüedad moral probablemente no deban realizar
trabajo de campo, o por lo menos deberían tener el buen sentido de reconocer
cuándo tienen que salir de ciertas situaciones.
Como
investigadores, advertimos el hecho de que retirarnos de todas las situaciones
moralmente problemáticas nos impedirla comprender y por cierto cambiar muchas
cosas del mundo en que vivimos. En las palabras de Van Maanen (1983, pág. 279),
"La esperanza, desde luego, es que finalmente la verdad, descripta de modo
acabado, nos ayude a fondo".
Los dos
últimos capítulos trataron sobre el aprendizaje directo del mundo. El capítulo
próximo se vuelve hacia un examen del aprendizaje sobre el mundo obtenido
indirectamente a través de relatos: las entrevistas en profundidad.'
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